Para llegar a La Piedra hay que tomar la A92, pasar Baza, pasar Cúllar, llegar a Orce y dejarlo atrás, buscando Venta Micena y seguir adelante por un camino largo. La Piedra es una cortijada en el sentido más manchego del término. Es grande y humilde. Fuerte y pobre a la vez.
Para hacerse una idea, dice el poema:
La boca cuadrada
Allí sigue la casa tiritando de frío con la mirada puesta en el camino
quiso decir adiós gritar volved ¿cuándo vais a volver?
la casa con sus diez bocas cuadradas ponía así la lengua
así los músculos de yeso
pero solo alcanzaba a aullar oscuridad y un tintineo como de cencerrillo
que espantaba a los campos y a sí misma.
Esta casa ha visto crecer entre sus paredes a los y las protagonistas de mi relato en verso. Son seres de carne y tinta que se parecen mucho a mis tíos y a mis abuelos. Se llaman A. B. C. D. E. Padre y Madre. El personaje E. sube a la solana por la escalera de palo y escribe con palabras de carbón hasta agotar el lienzo de pared blanco, sabiendo que no habrá continuidad en libros ni cuadernos. E. es niña obediente. Todas las mujeres de la casa lo son. La cal, el blanco, la obligación de cada día. Pero la rebeldía existe. Aleluya, cantan las mujeres cuando ven su sangre. Otro hijo más, no. La guerra no pasó por allí, pero el pan se salaba. A Padre el arrendador nunca le permitió tener cabras, no fueran a mezclarse con las del dueño. Sus hijos no tomaron leche. Dice la inmensa radio del aparador: Ha sido detenida por difundir panfletos, mientras La Piedra se amorata, se dora y rojea en el llano. Y la carta a Virginia Woolf refiriendo las amigas del trabajo. Las amigas del trabajo.
Porque en este libro lo lírico también es político.
Estas mujeres hablan ahora, después de muchos años.
Hay algo de mí en todas ellas, personajes de tinta. Hay algo de ellas en mí, la poeta de carne y cal. Porque también en mis huesos está la cal de la casa de La Piedra.
A ellos, mis tías, mis tíos, mi madre, mis abuelos Paco y María, está dedicado este libro. Y también para los lectores y lectoras, porque esta casa siempre ha sido hospitalaria. Todos tenemos una casa de La Piedra que hemos habitado desde antaño, en el tiempo remoto de las genealogías.
Yo he sentido la necesidad de volver a ella, de verla de nuevo llena de vida, como aquel Juan Preciado regresó a Comala. Ojalá a través de estos poemas nos encontremos allí, en esa cañada de barro y mito, de tinta y luz que es La casa de La Piedra.
Muchísimas gracias al jurado por considerar que La casa de La Piedra merece este I Premio Nacional de Poesía Ciudad de Churriana. Es compartido, por supuesto, con Elenvés Editoras porque sin ellas (Pepa Merlo, Almudena Rubio, Conchi González-Badía y Conchi Molina) no habría ni libro ni premio. Gracias al Ayuntamiento de Churriana, a los organizadores (Javier Gilabert, Fernando Jaén Águila y Gerardo Rodriguez-Salas) y, sobre todo, a las y los protagonistas del libro: La Piedra y sus habitantes de carne y sueño.
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