Les hablé de cómo mi libro tiene dentro un hijo, muchas ciudades, hombres y mujeres que sufren, otros seres y otros lenguajes. Me escucharon y creo que algunos versos les zarandearon, espero que leve y dulcemente -pienso al recordar sus delicados cuerpos-, como un zarpazo que deja un hilillo rojo y nuevo.
Escucharles, hablarles, tenerles como público fue balsámico. También reivindicar la figura de Julia Uceda -a petición del CAL por ser autora del año- y leer, redescubrir su poesía ha sido gratificante, además de la excusa para conectar mis palabras con las suyas -un lujo, un atrevimiento- y sobre todo la posibilidad de sentir el latigazo de una de las poetas más valiosas de nuestra literatura.
Comparto de Julia Uceda el poema "Palabras para cantar alrededor de un templo vacío", perteneciente al libro Zona desconocida (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, colección Vandalia).
¿A quién oye Dios en tiempos de guerra?
Mi hermano pequeño, Armando Fernández, del 3° de Infantería en Kuwait,
está en el campo de batalla, pero es nuevo en la guerra. Dios, espero
que lo devuelvas sano y sin daño en su cuerpo o su mente.
Pero ¿a quién oye Dios en tiempos de guerra? Tendremos
paciencia con Dios porque Él oye a quien no tiene prisa.
Y ¿cómo se llama ese trapo, esa mano sobre el polvo de su casa, después
de apagada la luz de la bomba -fuegos artificiales, dijo un tipo? ¿Y a cargo
de qué Dios el aliento que escapó de su pecho? Ya lo dije:
tendremos paciencia con Dios -con los tres que poblaron el Edén destruido-
-porque oyen, sin prisas, las preguntas superfluas.
¿Y Sarah, Sarah Bolte, mi hermosa primogénita? ¿Y Rafael?,
dice su hermana desde Alá. Fueron uno en la sangre y opuestos
en la fe: que lo proteja un Dios, quien quiera que éste sea.
Gustavo transporta en su avión ¿cien bombas?, pero Ben Wilkey
espera un nuevo hijo, y el sargento Richard
firmaba documentos cuando tuvo que dejarlo todo: estaba
comprando su primera casa. Pero Dios
¿que habrá hecho con esos documentos? -sabemos
que nunca tiene prisa-. Si regresara Richard, sano
en su cuerpo y su mente,
comprará la casa con dinero de sangre, y los escombros de Bagdad
inundarán su living room. No lo entenderá su mujer,
ni los hijos que nacieron, ni los vinos de la vergüenza.
Lee Morales no creía en la guerra. Ni aunque lo dijera la Biblia.
Pero el largo desprecio de los dioses
que no supieron convivir en Bagdad
llamaron a Lee Morales para matar por ellos. Y mata
quien acariciaba palomas.
Benito, Ryan, Miguel Machado... y gente sin nombre
que cruza caminos, que va a ningún sitio, que mastica arena,
que no espera nada de los cuatro ángeles que secan sus ríos,
que Dios os levante en su mano.
Y la niña de Basora, ya para siempre niña y vestida de colores,
pregunta: Dios, ¿donde están mis pies? Y lo pregunta siempre:
a los salvadores de sus desiertos, que no la entienden,
a los escombros de sus tres religiones, que no se levantarán,
a la dama desconocida que habla otra lengua,
vecina de ella en una página: ¿Quién
se ha llevado mis pies?, dice una vez y otra. Pero ya sabemos:
hay que tener paciencia.
Los dioses no responden a quienes tengan prisa.