En esos días pasaron por mis ojos La isla que prefieren los pájaros, de Vanesa Pérez-Sauquillo, (Calambur), amor.txt de David Refoyo (La Bella Varsovia), La segunda lengua, de Yolanda Castaño (Visor), Concierto animal, de Blanca Varela (Pre-Textos), (Tras)Lúcidas. Poesía escrita por mujeres 1980-2016 (Bartleby)... y dos libros más que han resultado ser muy especiales. Se trata de, en primer lugar, Me incitó el espejo, de David Rosenmann-Taub, una antología cuya selección y prólogo están firmados por Álvaro Salvador y Erika Martínez y fue editada en la ya extinta DVD Ediciones, un libro que ha sido mi descubrimiento tardío de un autor gigante cuya poesía, su ficticio Dios-mortal, el dolor loco por la muerte del hijo, su maravilla-palabra, me han tocado profundamente. Por otra parte, el poemario Los sonidos del barro, de Olalla Castro Hernández (21º Premio Tardor de Poesía, Editorial Agua Clara) me ha convencido de que la poesía puede y debe gritar, retorcerse, indignarse y caer para poder elevarse: “[…] Hay pequeños detalles que atestiguan / que la vida también puede ser un anzuelo. / Créelo, / si escuchas plof habrás caído al barro. / Alégrate. / Sólo es cuestión de tiempo / que el lodo te llegue a la cintura. / No sabrás de verdad qué es escribir / hasta que eso suceda.
Sé lo que esto significa. Por eso me sorprendió tanto recibir anteayer por la mañana la llamada que me anunciaba que había ganado el XXXI Premio Unicaja de Poesía e iba a publicar un futuro Libro de Laura Laurel en la editorial Pre-Textos. Por eso temblaba y no terminaba de creérmelo. Héctor me observaba muy atento desde su carrito mientras yo repetía “gracias, gracias” y lo miraba a él y le decía desde el corazón “gracias”, a él y a toda esta poesía que admiro y me ha cambiado.