Como poeta, he creado un personaje para esta novela que piensa líricamente. Como mujer, le he dado el regalo de una voz y un pensamiento impostados, ficcionales, aunque tan ciertos y poderosos como lo pueda ser la voz de un ser de tinta que ya es, gracias a este libro, inmortal. Lo digo desde la humildad, como la de este personaje, la ibera Aiunin que descenderá todavía más abajo de lo que significa ser mujer en la antigüedad y en un contexto de conflicto.
Ella experimentará el trágico devenir de la historia en su propia piel y lo relatará de forma lírica, fragmentaria. He aquí el milagro.
De la misma forma que las palabras según van naciendo nos interpelan y exigen a veces un cambio de rumbo, un determinado tono, así estos personajes sobre el lienzo ocre y misterioso como es la Bastetania ibera de veinte siglos atrás que he imaginado. La tierra alimenta y azota por igual. La tierra dura y seca, de monte bajo, con seguridad más húmeda entonces, pero más agreste y despiadada, somete el temperamento, orienta el discurso.
Hoy no son más que yacimientos arqueológicos con poca o nula protección, con la maravillosa excepción de la necrópolis de Tutugi, en Galera. La mayoría de ellos, en vías de destrucción, visitada por expoliadores o curiosos que se llevan fragmento a fragmento algo de su historia. El cerro de La Sabina, en Huéscar. Molata de Casa Vieja, en Almaciles, el Cerro de la Cruz y el Cerro del Trigo, en Puebla de Don Fadrique.
Todas ellas son, en la novela, algo parecido a lo que fueron. Y quién sabe si en algún momento entre su destrucción y las sublevaciones que nos consta ocurrieron en la Bastetania, no existió algún Aristeo parecido a ese hijo amado y maldito de la imaginaria Vireliata.
El último capítulo de la novela es quizás el más emocionante. Un nuevo día. Más terrible o tan solo el albor de un tiempo nuevo que, como la luz, inevitablemente sucede.
(Auletris es mi primera novela. Acaba de ser editada por Algaida y está en librerías desde octubre de 2022).